miércoles, 16 de abril de 2008

el telefono


ANTES DESPUÉS

el cambio de el telefono

En el desarrollo de las telecomunicaciones el telégrafo había supuesto la innovación por excelencia de mediados del siglo XIX. La evolución tecnológica de la telegrafía eléctrica abrió las puertas a nuevos productos, como es el caso del teléfono, que asociaba de una manera más depurada el binomio electricidad-comunicación. Podría decirse que el telégrafo fue a la primera revolución industrial lo que el teléfono fue a la segunda, desarrolla a partir de los últimos decenios del siglo XIX. Fenómeno que encontraba su plena simbología en los espacios físicos en los que estas innovaciones tomaron cuerpo: Gran Bretaña y el telégrafo versus Estados Unidos y el teléfono.

Los orígenes del teléfono y la consolidación de un sistema mundial de telecomunicaciones.

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Los antecedentes del teléfono se remontan en el tiempo bastante más allá de su primera aplicación práctica, tal como sucedió con el telégrafo eléctrico. El primer ensayo sobre la posibilidad de transmitir el sonido de las voces a distancia, aunque fallido, se puede situar en 1860, cuando el alemán Philippe Reiss desarrolló un sistema que podía transmitir el sonido, pero incapaz de distinguir las palabras. El sistema de Reiss se basaba en la conjunción de membranas, electrodos y una corriente alterna. El salto decisivo se debió a tres norteamericanos: Graham Bell, Elisha Gray y Thomas A. Edison. Graham Bell y Elisha Gray, cofundador de la Western Electric Company, trabajaban por separado en la posibilidad de utilizar distintas frecuencias para mejorar las comunicaciones telegráficas, mediante la transmisión simultánea de varios mensajes por el hilo telegráfico. El teléfono de Bell constaba de un transmisor y un receptor unidos por un cable metálico conductor de la electricidad. Las vibraciones producidas por la voz en la membrana metálica del transmisor provocaban por medio de un electroimán oscilaciones eléctricas que, transmitidas por el cable, eran transformadas por el electroimán del receptor en vibraciones mecánicas, que a través de la membrana reproducían el sonido emitido desde el emisor. En 1876 fueron presentados en la Exposición de Filadelfia los primeros prototipos telefónicos.

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El 9 de julio de 1877 Graham Bell fundaba la Bell Telephone Company, ese mismo año la Western Union Telegraph Company creaba su propia compañía de teléfonos, encargando a Edison el desarrollo de un modelo alternativo al de Bell. El receptor de Edison amplificaba considerablemente respecto del modelo de Bell la recepción y difusión de la voz. La falta de capital provocó la pérdida del control que Bell ejercía sobre su compañía, que paso a manos de un grupo de financieros de Boston. Las dos compañías norteamericanas mantuvieron una feroz lucha por el control del mercado telefónico estadounidense, desplegada en tres frentes: técnico, a través de la mejora de los aparatos telefónicos; jurídico, respecto de la primacía de las patentes de Bell y Gray, y geográfico por el control del territorio norteamericano. En 1879 la patente de Bell fue reconocida por los tribunales de justicia como la única válida, quedando la Bell Telephone Company como la empresa autorizada a explotar dicha innovación tecnológica.

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Sin embargo, las dimensiones reducidas de la compañía hicieron que a la altura de 1881 fuese incapaz de hacer frente a la demanda del creciente mercado telefónico norteamericano. La adquisición de la Western Electric, la mayor fábrica de material eléctrico de los Estados Unidos, a la Western Union permitió a la Bell hacer frente al reto industrial que representaba el nuevo mercado telefónico. Vail, directivo de la Bell, fue el máximo responsable de la expansión de la compañía. En 1884 se resolvió, por medio de los cables de cobre, el problema técnico de los enlaces a larga distancia de las líneas telefónicas. En 1885, Vail aseguró la primacía de la sociedad matriz sobre sus filiales, mediante la constitución de una compañía dedicada a la construcción de las líneas telefónicas de larga distancia. Nacía así la American Telephone and Telegraph Company (ATT), creándose una situación de monopolio de hecho sobre el mercado telefónico estadounidense. En el ámbito local funcionaban pequeñas compañías telefónicas, basadas en capitales locales, que dependían absolutamente de la ATT para la conexión con la red nacional. De esta forma la Bell Telephone controlaba monopolísticamente el mercado. Tecnológicamente el control de la Bell se resolvió en dos etapas claramente diferenciadas: en un primer momento, mediante la compra de las nuevas patentes, que no eran utilizadas por la compañía para garantizar la rentabilidad de sus inversiones; después, mediante la constitución de los Laboratorios Bell, dedicados al desarrollo tecnológico en el campo de las telecomunicaciones, que alcanzaron en breve tiempo posiciones de liderazgo mundial. En enero de 1878 entraba en funcionamiento, en New Hawen -Connecticut-, la primera central telefónica estadounidense y se daban de alta los primeros abonados al nuevo servicio. En 1879 se inauguraba al público la primera línea telefónica de larga distancia entre Boston y Providence. Ese año 26.000 teléfonos estaban en servicio en los Estados Unidos; en 1881 más de 123.000 aparatos constituían la red telefónica. En 1884 se inauguraba la línea telefónica entre Boston y Baltimore.

La expansión del teléfono en Europa fue más lenta que en los Estados Unidos. Las razones que explican este hecho son variadas. De una parte, desde 1880 Estados Unidos mostraba una mayor pujanza industrial que el Viejo Continente. Las oportunidades para el desarrollo de nuevas industrias eran mayores debidas a las grandes dimensiones del mercado estadounidense y a la juventud de su estructura industrial, que mostraba una mayor flexibilidad que las consolidadas estructuras industriales europeas a la hora de movilizar capitales para nuevos proyectos industriales. De otra, la pugna tecnológica establecida entre los aparatos de Bell y Edison retrasaron la decisión europea sobre la elección del sistema telefónico. Finalmente, el celo de los gobiernos respecto del control de los nuevos sistemas de comunicaciones provocó una considerable demora respecto del modelo a adoptar: estatal o privado, que dio origen a una contradictoria legislación que retrasó el despegue de las respectivas redes telefónicas.

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En Gran Bretaña, la Alta Corte de Justicia autorizó en 1880 la explotación privada del servicio telefónico, frente al carácter estatal del telégrafo desde 1871. Las nuevas compañías telefónicas debían de desembolsar una fuerte cantidad al gobierno para optar a una concesión, lo que dificultó la expansión del nuevo servicio. En 1881 existían en Londres tres centrales telefónicas para 1.100 abonados. En 1895 el Parlamento concedía a la Post Office el derecho a recobrar las redes telefónicas; en 1896 nacionalizaba las líneas de larga distancia. Alemania y Suiza se inclinaron desde un principio por el modelo estatal. La Administración de Correos y Telégrafos alemana se hizo cargo desde sus orígenes del nuevo servicio. En Francia, el gobierno se decantó inicialmente, en 1879, por ceder a la iniciativa privada la explotación de la nueva invención. Las razones de esta decisión, en principio contradictoria con el carácter estatal de la red telegráfica, se encuentran en dos hechos asociados entre sí: de una parte, las dificultades financieras que Francia atravesaba en aquellos años; de otra, las dudas del gobierno sobre la viabilidad del nuevo invento, dado el desarrollo de la red telegráfica francesa y el arcaísmo de los primeros aparatos telefónicos. El 26 de junio de 1879 se publicaban las cláusulas por las que los particulares podían acceder a la explotación de redes telefónicas urbanas. Tres sociedades concesionarias de las patentes norteamericanas solicitaron la autorización para la explotación de las redes telefónicas de las ciudades de París, Lyon, Marsella y Burdeos. El 10 de diciembre de 1880 las tres sociedades se fusionaron en la Société Générale du Téléphone (SGT). La nueva compañía perseguía un triple objetivo: la instalación y explotación de redes telefónicas; la fabricación de aparatos eléctricos y la toma de participaciones en otras industrias eléctricas, absorbiendo en 1881 a la compañía Rattier, una de las más importantes fábricas de material eléctrico de París. Según la normativa de 1879, el Estado francés se reservaba el derecho de la construcción de las líneas interurbanas, lo que provocó importantes problemas para el desarrollo de la SGT y la expansión de la red telefónica francesa. A partir de 1882 el gobierno inició, paralelamente a la actividad de la SGT, la construcción de una red telefónica en el norte de Francia; en 1885 inauguraba las líneas Rouen-Le Havre y Paris-Rennes. Dos años más tarde, el 24 de febrero de 1887 se abría la línea París-Bruselas; el 8 de marzo la línea Paris-Le Havre; el 25 de junio la de Paris-Rouen, y en 1888 las de Paris-Lille y París-Marsella. Entre 1884, año en el que fueron renovadas las concesiones a la SGT por otro período de cinco años, y 1889 se desarrolló una viva polémica respecto del futuro modelo de la red telefónica francesa: de titularidad estatal o abierta a la explotación privada. La polémica se resolvió a favor del monopolio estatal del servicio telefónico mediante la ley del 16 de julio de 1889. La escasez de presupuestos para el desarrollo de la red telefónica demoró su implantación. El gobierno recurrió a las administraciones locales y provinciales para la financiación de la construcción de las redes urbanas, siguiendo el modelo ofrecido por la ciudad de Limoges. En 1891 este sistema fue adoptado también para la financiación de las redes interurbanas. El modelo elegido en 1889 representó una importante traba importante para el desarrollo de una red telefónica nacional integrada, al depender de los recursos aportados por las instituciones locales y regionales. Las carencias del modelo se manifestarían en el nuevo siglo, cuando el teléfono se transformó en un medio de comunicación de importancia creciente.

En 1900 la estadística de los aparatos telefónicos revela con claridad la superioridad de los Estados Unidos respecto de cualquier otro país: un aparato por cada 60 personas frente a un teléfono por 115 personas en Suecia; uno por 129 en Suiza; uno por 397 en Alemania; uno por 1.216 en Francia, o uno por 2.629 en Italia.

Desde los orígenes del teléfono dos grandes fenómenos se desarrollan de manera íntimamente relacionados: su tendencia a constituirse en red universal de comunicaciones y la preponderancia tecnológica, financiera e industrial de los Estados Unidos. Ya en el acta de creación de la ATT en 1885 se señalaba el objetivo futuro de enlazar telefónicamente los Estados Unidos con Canadá y México. Esta inicial aspiración fue una realidad plena a la altura de 1930, momento en el que existía una consolidada red telefónica internacional, que diseñaba los primeros pasos de un mercado mundial de las telecomunicaciones, avanzando por la senda abierta por la red telegráfica internacional. De la misma manera que la red mundial telegráfica había sido hegemonizada por Gran Bretaña, símbolo e instrumento de su preponderancia internacional durante la segunda mitad del siglo XIX hasta el estallido de la Gran Guerra, el predominio de los Estados Unidos en la construcción de la red telefónica mundial anticipaba el papel primordial que dicha nación iba a desempeñar de manera indiscutible con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el período de entreguerras los Estados Unidos no sólo lograron superar su antigua dependencia en las conexiones telegráficas internacionales respecto de Gran Bretaña, sino que mediante su hegemonía en la industria telefónica consiguió afianzarse a posiciones de liderazgo en el naciente mercado mundial de las telecomunicaciones. El emblema de esta hegemonía fue la International Telephone and Telegraph (ITT), creada en 1920 por los hermanos Hernand y Sosthenes Behn. Una pequeña empresa que había sido constituida para la explotación de las redes telefónicas de Cuba y Puerto Rico, acabó, en un espacio de tiempo no superior a quince años, en la empresa líder de las telecomunicaciones internacionales. Su momento de despegue fue en 1925 cuando la ATT, como consecuencia de la aplicación de las leyes antitrust de los Estados Unidos, se vio obligada a vender a la ITT la International Western Electric, que monopolizaba la comercialización del sistema Bell en el exterior de los Estados Unidos, por 30 millones de dólares gracias a un préstamo del National City Bank y la Banca Morgan. Tras este acuerdo transcendental, la ITT contó con el apoyo financiero del National City Bank y de la Banca Morgan, con lo que la expansión internacional de la ITT, iniciada con la toma del control de la CTNE, fue inmediata y espectacular, sobre todo en Latinoamérica y Europa. "De una pequeña compañía con ambiciones regionales, se convirtió en un complejo totalmente integrado operador de redes y fabricante de material. Behn pudo desde entonces a la Ericsson y a la Siemens allá donde quisiera". Así en Europa la ITT penetró con fuerza, además del caso español, en Francia y en Alemania. Este último país sirvió de plataforma para su penetración en la Europa danubiana. En suma una hegemonía estadounidense del mercado mundial de las telecomunicaciones que enseguida demostró su importante derivación política, sobre todo a partir de 1945 cuando el concepto free flou of information se convirtió en la doctrina oficial estadounidense en materia de telecomunicaciones.

La aparición del teléfono en España. 1877-1936.

Seis meses después de la primera demostración de A. G. Bell, en octubre de 1877, La Habana fue escenario del primer ensayo telefónico entre el cuartel de bomberos de dicha ciudad y el domicilio particular del industrial Muset. Al igual que había sucedido con el ferrocarril, Cuba se convirtió en la pionera de un nuevo sistema de comunicación, el teléfono, en el ámbito español. La importancia del comercio colonial y de la pujante sociedad que de él se derivaba no fue ajena a esta primera demostración. En la Península, Barcelona fue la ciudad pionera de las pruebas telefónicas. En diciembre de 1877 se realizaron ensayos en la Escuela Industrial. El ejército unió telefónicamente los castillos de Montjuich y la Ciudadela y el industrial Dalmau llevó a cabo la primera conferencia de larga distancia entre Barcelona y Gerona. En Madrid los primeros experimentos tuvieron lugar en enero de 1878 y sus protagonistas fueron el gobierno y el trono, enlazando el antiguo casón de Telégrafos con el Ministerio de la Guerra, por un lado, y después los Palacios Reales de Madrid y Aranjuez.

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Los experimentos iniciales no fueron suficientes para que el teléfono se implantara en España. Una demanda débil, una iniciativa privada con escasos recursos y una política cambiante en cuanto a la legislación telefónica lo impidieron, debido a que la explotación del nuevo invento se hizo de manera restrictiva y poco atractiva para la iniciativa privada: concesiones de corto plazo que podían revertir al Estado con las obras realizadas al final de la concesión. Cuando asume la explotación el propio Estado, los escasos recursos del erario público, imposibilitan la consolidación y ampliación del servicio telefónico. Los datos estadísticos internacionales ejemplifican el escaso desarrollo del teléfono en España en la década de 1880 (ver cuadro nº 59). El marco legal del servicio telefónico osciló de manera continuada hasta 1924, fecha de la creación de la Compañía Telefónica Nacional de España, entre la opción estatal y la privada. La sucesión de normativas contradictorias dificultó el desarrollo de la red telefónica española durante sus primeros decenios de vida. Mientras los liberales se proclamaban partidarios de la iniciativa privada, dejando al estado la labor de supervisión; los conservadores se pronunciaban por el carácter estatal de la red telefónica, sin embargo las limitaciones presupuestarias les llevaban a aceptar la convivencia de las redes estatales y privadas. De esta forma, la sucesión de liberales y conservadores en los gobiernos de la Restauración dio lugar a una normativa plagada de contradicciones, caracterizada por la multiplicidad de las condiciones establecidas en los diferentes decretos sobre la regulación del servicio telefónico. La situación desembocó en un auténtico caos, en el que se sucedían sin orden ni concierto reglamentaciones diversas, redes dispersas y desconectadas entre sí, compañías privadas y públicas, estas a su vez de titularidad estatal, provincial, comarcal o local. Todo ello redundó en las dificultades para el despegue del servicio telefónico en España.


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La primera reglamentación del servicio telefónico se debe al primer gobierno largo de Sagasta. El decreto del 16 de agosto de 1882 habilitó al ministro de la Gobernación para conceder a particulares o compañías el establecimiento y explotación de redes telefónicas con destino al servicio público. La legislación aprobada creaba un marco repleto de lastres que dificultaron el despegue del servicio, por la discrecionalidad de los poderes públicos a la hora de otorgar las concesiones. La filosofía gubernamental quedaba puesta de manifiesto en las bases del decreto: limitaciones técnicas, las redes urbanas no podían sobrepasar los diez kilómetros; el nuevo servicio era considerado como una renta para el Estado, que se reservaba el 5 por ciento de la recaudación total; el gobierno se reservaba el derecho de regulación de las tarifas y tasas, y la concesión quedaba circunscrita a un plazo máximo de 20 años, como contrapartida se establecían exenciones fiscales a los concesionarios.

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La participación de la Dirección General de Correos y Telégrafos en el origen del servicio telefónico en España es esencial, tanto en los experimentos iniciales como en la aprobación del reglamento y en la selección de las diferentes ofertas presentadas por los concesionarios. La Dirección General de Correos y Telégrafos creó en Madrid, en 1882, una red telefónica oficial que enlazaba las principales dependencias estatales que con escasos recursos consiguió un funcionamiento eficaz, siendo puesta como ejemplo por los partidarios de que el teléfono fuera por cuenta del Estado. El decreto de 11 de agosto de 1884 reservaba al Estado la explotación del servicio telefónico, valiéndose de los funcionarios del Cuerpo de Telégrafos. En la exposición del decreto elaborada por el ministro Romero Robledo se justificaba la conveniencia del carácter estatal del servicio: las graves dificultades sufridas para la puesta en servicio; el caos telefónico de Barcelona, ocasionado por la cantidad de concesiones otorgadas; el temor de dejar en manos privadas un medio tan poderoso; lo rentable que sería para el Tesoro, y el ejemplo de Europa.

El Reglamento que desarrollaba el decreto dividía las redes en urbanas e interurbanas. A pesar de la naturaleza estatal del servicio se autorizaba a particulares y ayuntamientos a tender redes, de manera subsidiaria, siempre y cuando no existieran las del Estado, pero con la condición de unirlas a las redes estatales cuando se instalaran, pasando entonces a la categoría de simples abonados. Las cuotas de abono anual descendieron un 40 por ciento respecto del reglamento de 1882, pasando de 1.000 a 600 pesetas.

La penuria de las arcas del Estado impidió el desarrollo de una red telefónica amplia y eficaz. La Ley de Contabilidad existente, francamente anacrónica, imposibilitó la financiación de las partidas presupuestarias. En junio de 1885, después de las dos primeras reglamentaciones, el número de abonados en España era el que muestra el cuadro número 60.


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En noviembre de 1885 la nueva ascensión al poder del partido liberal significó un cambio en el marco legal del servicio telefónico. En aras de la libertad económica, el 13 de junio de 1886 un decreto volvía al sistema de concesiones a la iniciativa privada; incluso en la exposición de motivos se llegaba a tachar al Estado como obstáculo perpetuo al desarrollo del teléfono. En 1890 Francisco Silvela aprobó una nueva reorganización de los servicios telefónicos, esta vez de carácter mixto. Las experiencias de Gran Bretaña, Francia e Italia rescatando la explotación del teléfono de manos de los concesionarios particulares en favor del Estado fue uno de los argumentos básicos para el nuevo rumbo legislativo. Consciente de las limitaciones económicas del Estado, la posición defendida por Francisco Silvela trató de conciliar los intereses particulares -hegemónicos en 1882 y 1886- y los del Estado -monopolizadores en 1884- (cuadro nº 61). El decreto establecía una sistematización del servicio telefónico, que perseguía salir del marasmo en el que se encontraba mediante la definición de las diferentes modalidades de las instalaciones: redes telefónicas, públicas o privadas; líneas interurbanas, públicas o privadas; líneas secundarias, conectadas con las estaciones telegráficas, y líneas particulares. Las privadas debían satisfacer un canon al Estado por su concesión y explotación que variaba en función de las características de la concesión. La iniciativa privada se liberó de trabas al poder concursar en la instalación de líneas interurbanas a gran distancia, bajo la condición del pago de un canon cuyo importe variaba dependiendo de la importancia de la línea. Como desarrollo de este nuevo marco legal el 18 de marzo de 1891 un nuevo decreto publicó las bases de la subasta para la construcción y explotación de las líneas interurbanas.